La programación del movimiento es tremendamente difícil. La planificación del mismo implica la activación de diversas áreas cerebrales y, finalmente la conducción de un potencial de acción hasta la musculatura responsable del mismo. El proceso de aprendizaje del movimiento implica la inhibición de diversas redes neuronales, similares a la responsable pero que se relacionan con un movimiento ligera o totalmente diferente. Sólo hay que fijarse en el movimiento poco fino y descontrolado de un bebé cuando intenta coger un objeto en comparación con como lo hace meses o años después cuando ha “aprendido” el movimiento adecuado y eliminado sinapsis sobrantes, o cómo un jugador profesional de baloncesto es capaz de anotar un triple tras otro sin fallo ninguno. Con la experiencia ha inhibido movimientos aberrantes que le harían fallar el tiro.
Sin embargo, esta es sólo una parte de la historia. En situaciones controladas, la programación del movimiento es extremadamente compleja, se programa una acción y se ejecuta con el fin de conseguir un objetivo premarcado: coger el vaso de agua o encestar el tiro de tres. El sistema nervioso “preve” el futuro y las consecuencias de su activación y ajusta su actividad para conseguir que el movimiento sea adecuado y no se derrame el vaso de agua. En condiciones de incertidumbre, con un entorno altamente cambiante, la situación se complica más todavía pues en la difícil ecuación hay que integrar los cambios de dicho entorno y programar el movimiento para hacerlo adecuadamente: controlar un balón de futbol tras un pase de 30 metros, por ejemplo. La adquisición de las mejores experiencias adquiridas (de varios feedback) del constante cálculo de las consecuencias y previsión del futuro se llama feedforward y es básico para la consecución del objetivo prefijado.
Recientemente tuve un paciente con una rotura de gemelo interno en fase aguda. Podía apoyar e incluso caminar aunque con molestias. Le explique el protocolo para la fase aguda y le ajusté las actividades que podía realizar durante la primera semana. Cuando volvió una semana después, explicó que había mejorado mucho, caminaba bien por terreno homogéneo y llano e incluso se atrevió (en contra de mis indicaciones) a coger la moto de trial. El caso el que el paciente dijo algo interesante al respecto. “Claro, cuando haces trial y te desequilibras sacas la pierna, pero el suelo no siempre está donde te esperas y tuve dolor y miedo de romperme de nuevo”.
En un ambiente altamente cambiante quizá el sujeto requiera de una mayor activación de la musculatura para otorgar a la estructura mayor estabilidad. Puede que esta estabilidad se consiga a cambio de una mayor cocontracción y con ésta se tire de una cicatriz que aún no está del todo formada, provocando la molestia del paciente.
La previsión de un resultado inesperado y desfavorable, junto con la sensación de dolor durante la actividad provocó el miedo del paciente en esa situación. Lógico y normal pues es una actividad que no corresponde en el momento actual.
Pero lo verdaderamente relevante de su comentario es que quizá sólo somos conscientes de lo complejo que es un movimiento cuando algo no funciona bien, en este caso, el paciente fue capaz de percibirlo y probablemente de encontrar la causa.