El disco intervertebral no cambia con el ejercicio, al menos a nivel estructural. En el año 2020, escribí una entrada en el blog sobre la salud del disco y el ejercicio físico. En aquella entrada exponía la tendencia actual a pensar que la estructura del disco se beneficia de actividades continuadas y de intensidad moderada, así como la impresión personal de que no es exactamente así. Más bien al contrario: es la ausencia de movimiento y actividad la que podría condicionar un disco con alteraciones estructurales.

Recientemente en twitter apareció un artículo del 2020 en el que se valoró los cambios estructurales en el disco en pacientes con dolor lumbar crónico no específico después de 6 meses de ejercicio. Dividieron a los sujetos en dos grupos: uno de ellos realizó un programa de ejercicio controlado y progresivo en cuanto a intensidad y volumen. El otro recibió un tratamiento de terapia manual y ejercicios de estabilización lumbar. El resultado después de ambos tratamientos es que la altura del disco medido en resonancia magnética no cambió en absoluto.

Considerando que el disco actúa y se comporta como un cartílago carente de vascularización, la capacidad de adaptación a la carga es escasa. Maestroni indica que el cartílago responde en menor medida que otros tejidos al estrés tisular, aún siendo de alta intensidad (condición necesaria para que existe mecanotransducción). Además, la tasa de recambio del agrecano (entre 4-5 años hasta más de 25, según zonas del disco y circunstancias) y del colágeno en el disco (entre 95 y más de 200 años) apuntan en esa dirección. Eso sí, los autores indican que probablemente, en el caso de degeneración esta tasa de recambio sea algo más rápida, pero aún así muy lenta como para ser significativa. Tomados en conjunto, los datos explican la ausencia de cambios estructurales en el disco después de un programa de ejercicio.

Consideraciones

Respecto de los datos obtenidos en este artículo cabría considerar algunos aspectos:

  • Se realiza una medición indirecta de la altura del disco, estableciendo una relación entre la altura del disco y la estructura del mismo, pero no se realiza una medición directa de la propia estructura. Quizá la imagen pueda dar lugar a error de interpretación, especialmente cuando solo se considera una derivación T2.
  • Los autores llegan a la conclusión de que no se sabe cuándo va a empezar a responder el disco al estrés mecánico adaptando su estructura. Quizá sea demasiado pronto como para hacerlo y se necesiten protocolos de investigación más largos. En este sentido, Maestroni, en su revisión, indica que los sujetos con falta de fuerza del cuádriceps años después de una meniscopatía presentan mayor degeneración de la rodilla que aquellos más fuertes. Salvando las diferencias evidentes entre la rodilla y el disco intervertebral, es posible que sea la ausencia de actividad la que condicione la imagen de la rodilla, más que la adaptación estructural del tejido a la carga. Los datos de los artículos de Silvan redundan en esta dirección. Quizá el disco intervertebral no tenga capacidad como para responder estructuralmente a la carga impuesta, independientemente del tiempo durante el cual se aplique un programa de ejercicio.

Consideraciones personales e implicaciones prácticas. 

Si el disco tiene escasa capacidad de modificar su estructura en relación a la carga y la altura del cartílago está, como indica de nuevo Maestroni, en su mayor parte determinada genéticamente, no tiene mucho sentido realizar ejercicios dirigidos a mejorar la salud del disco en sujetos sanos. Al igual que en el tendón, es probable que pueda soportar una cantidad de carga tolerable a partir de la cual solo pueda degenerar. 

Tampoco tiene sentido, en tal caso, realizar programas de actividad pensando en la capacidad de adaptación estructural una vez haya degenerado.

La ausencia de cambios estructurales en el disco no indica necesariamente que no pueda aumentar su capacidad de carga, aún habiendo degenerado. Algo similar a lo que ocurre en el caso del tendón. Si este fuera el caso, una adaptación progresiva a la carga sería suficiente como para que pueda mejorar la capacidad de carga.

En caso contrario, el fisioterapeuta puede ayudar al paciente a modificar las fuerzas a las que se somete el propio disco.

Remitiendo de nuevo a la entrada anterior del blog, es probable que plantearse la pregunta en negativo esté más cerca de la respuesta sobre la patología y degeneración del disco. Quizá no sea la falta de actividad la que impida su recuperación, sino la que se relacione con la degeneración. La aplicación clínica, en tal caso, sería la de sumar por sustracción, eliminando todos aquellos programas que el paciente realiza huyendo del dolor y buscando la recuperación de la función, ajustando algunos aspectos técnicos para que pueda realizar la actividad con las menos interferencias posibles.

Para saber más